
Elisa y el fin del mundo
Parte 1 y 2
Hola, mi nombre es Elisa, nacà en Colombia. Soy de madre latina y padre noruego. Vivo en los Estados Unidos. De mi madre heredé la estatura, mido 1,60 cm, de mi padre heredé todo lo demás. Soy una chica de 25 años de cabello rojo, muy blanca y adornada con pequitas apenas perceptibles alrededor de mi nariz. Sin modestia, soy muy linda, antes de que ocurriera todo esto tenÃa una cuenta de Instagram con más de un millón de seguidores.
Como toda mujer atractiva, fui cortejada por muchos hombres poderosos, tuve de donde elegir y elegà a Mario. Él es un tipo elegante de una familia acomodada que trabaja en bienes raÃces. Nos iba muy bien. Yo trabajaba por deporte en una agencia de publicidad de un socio y amigo de Mario, me pagaban bien y hacÃa poco, todo era sencillo para mi. TenÃamos varias propiedades, una casa grande en los suburbios, un apartamento en el downtown y una casa de campo a unos 100 kilómetros de la ciudad.
Todo empezó un viernes.
-Amor, ¿nos vemos en el apartamento? tengo una sorpresa para ti - le escribÃ.
-Wow, ¿qué es?
-Es sorpresa tonto! jejeje
-Dale, nos vemos en el apartamento
Salà caminando del trabajo, el apartamento quedaba a unos 10 minutos a pie y aproveché para sentir la frÃa brisa de un invierno que estaba empezando para refrescar mi cara y mi cabello, iba con un saco negro que llegaba a mis tobillos. Aún sin mostrar mucho levantaba muchas miradas por mi bello rostro, me sentÃa bien.
Pasé por un sex shop. Me compré una diadema de orejitas de gata, un butt plug y me metà al vestidor a probarme una ropita caliente de encaje negro y ligueros. Cerré la cortina tras de mÃ, me quité el sacó, me quité toda mi ropa y me inspeccioné desnuda en el espejo. Cuello largo, hombros delgados, unas tetas medianas con un pezón pequeño y rosado. Un penachito rojizo en mi vulva enmarcado en unas amplias caderas latinas, yo era perfecta.
Me puse la ropita caliente y la diadema de orejitas de gata y me di media vuelta para ver cómo encajaba en mis nalgas el diminuto hilito. Se veÃa apenas. Me tomé un par de fotos. Me puse el saco encima, guardé toda mi ropa en una bolsa y salà asà camino a casa.
Al llegar al décimo piso salà del ascensor, metà la llave en la cerradura, entré y me despojé del abrigo. Caminé a la cocina, destapé una botella de vino, me servà una copa que me consumà completa de un envión, luego servà otra copa. Entré al baño, me quité todo y me senté a cagar. A Mario le gustaba mucho el anal y a mi tambien y aunque la mierda a veces es parte de la situación yo preferÃa que no. Hice toda la fuerza posible para sacar lo que más pudiera de mi sistema. Luego pasé a la ducha y enjuagué todo mi cuerpo, excepto el cabello, por supuesto, duh. Me empapé de crema para humectar el cuerpo, me volvà a poner la ropita sexy y me perfumé, querÃa estar perfecta para Mario.
Mario era apenas el segundo hombre en mi cama, el primero habÃa sido un gañán de preparatoria que lo único que supo hacer fue romperme el himen y mostrarme ante sus amigos, nada importante. Mario me conquistó con invitaciones a lugares caros y viajes, no lo voy a negar, el dinero no da la felicidad pero da acceso a muchas cosas y yo aproveché mi belleza para conseguir una buena posición con un hombre solvente al que además amo.
Me acosté en mi cama y puse algo de porno en el TV. Me gustaba ver videos de chicas lesbianas, chicas lindas como yo dándose cariño. Corrà un poco mi tanguita y me empecé a tocar. En el video dos chicas, una rubia y una morena ejecutaban una tijera y yo aceleraba el roce de mis dedos sobre mi rajita para humedecerla, querÃa estar lista para cuando Mario llegara.
Sentà la puerta abrirse y cerrarse, Mario habÃa llegado. Tomé el butt plug, lo metà en mi boca y lo humedecà tanto como pude, lo puse entre mis nalgas y lo empujé dentro de mi ano. De la punta de metal salÃa una colita larga de color negro, del mismo color de mi ropa sexy. Me puse de costado y empecé a jugar con la colita. Mario llegó a la puerta del cuarto y sus ojos se abrieron al verme allà en esa posición y con esa vestimenta.
-Miauuu, esta gatita quiere leche, la quiere toda en la boquita - le dije.
No dijo nada, se empezó a desvestir rápidamente y se abalanzó sobre mÃ. Me puso en cuatro, me levantó la colita de gatita y posó su verga entre mi coño rosado, sentà como los 16cm de mi marido separaban mis carnes hasta que sus huevos chocaron contra mi. Estuvimos un rato en esa delicia. Yo gritaba de placer pero un grito de horror nos bajó de la nube. De la calle provino un alarido que nos hizo detenernos en seco. Mario corrió a la ventana, yo quedé en cuatro con el coño abierto pero no tardé en ir con él.
Abrimos la ventana y la brisa frÃa rozó sobre mis nalguitas redonditas latinas, se me puso la piel de gallina. En la calle una chica gordita gritaba mientras corrÃa a todo lo que le daba su cuerpo. Unos metros atrás venÃa un hombre pequeño y flaco persiguiéndola. Un robo, una pelea marital, cualquier cosa se me pasó por la cabeza menos lo que iba a pasar. La chica gordita tropezó y cayó en el pavimento. El hombre flaco saltó sobre ella y fue directo a la yugular con los dientes. Le arrancó toda la piel de un mordisco.
Grité e inmediatamente tapé mi boca con ambas manos. De la esquina salió otro hombre, más alto y fornido que el primero y corrió directamente a la chica en el suelo, agarró una de sus piernas con ambas manos y de un mordisco le arrancó un pedazo. Después de unos minutos de la chica gorda solo quedaban pedazos indistinguibles de carne y sangre.
Mario trató de llamar a la policÃa pero la llamada nunca entró, nadie contestó. Por whatsapp empezaron a llegar videos e imágenes de situaciones similares en varias partes del mundo. Nuestros amigos en Alemania, Australia y Vietnam decÃan que pasaba algo raro y describÃan escenas como la que acababamos de ver.
No se sabe cómo empezó, no se sabe cuándo pasó. La mitad de la población se volvió loca y empezó a matar a la otra mitad que no se volvió loca. Los llamábamos Zombies, fue lo primero que se nos ocurrió aunque no estaban muertos sino aparentemente infectados con algo. Mario y yo no sufrimos de la infección. Por varios dÃas permanecimos en nuestro apartamento. El número de cadáveres en las calles aumentaba a diario, tenÃamos temor de salir pero pronto los vÃveres se nos acabaron. Después de dos semanas destapamos la última lata de atún y empezamos a planificar cómo salir de allÃ.
QuerÃamos llegar a nuestra casa en el campo porque creÃamos que dada la lejanÃa, la cantidad de zombies serÃa menor. Empacamos algunas cosas y bajamos al estacionamiento, yo tomé el volante y Mario abrió la puerta tratando de hacer el mÃnimo ruido posible. Salimos de allÃ. Conducir dentro de la ciudad no fue tan malo, habÃa algunos autos abandonados pero nada que no pudiéramos sortear, algunos zombies nos perseguÃan pero eran grupos pequeños de dos o tres, creo que tuvimos suerte. El problema fue cuando llegamos a la autopista. Una fila de cuatro carriles de carros bloqueaba por completo la vÃa, no habÃa forma de avanzar y tuvimos que salir del auto y caminar.
Yo no me resignaba a perder mi vida perfecta de comodidad y lujos asà que me vestà muy bien para el apocalipsis. Iba a lo Lara Croft, un short verde que dejaba ver un poco de mis nalgas, medias blancas y botas cafés y una camisa de tiras que dejaba ver la lÃnea que creaban mis tetas apretadas. Estaba sexy para el fin del mundo, primero muerta que sencilla hermana.
Nos echamos encima las maletas y empezamos a caminar entre los carros abandonados. Tratábamos de no hacer ruido, tenÃamos miedo de que aparecieran los locos y trataran de probar un bocado de nuestra carne. Sobre todo la mÃa, tierna, blanca y rosada, serÃa un manjar.
De repente sentimos un ruido delante de nosotros, un arma nos apuntaba desde detrás de un automóvil blanco.
-Quietos! - Gritó alguien.
Tanto Mario como yo alzamos los brazos y dimos un paso atrás. Un hombre fornido con aspecto de leñador, con una barba descuidada y unos 1.90 cm de estatura emergió detrás del auto. Avanzó unos pasos y al notar nuestra actitud se dio cuenta que éramos parte del equipo de los no locos. Inspeccionó con la vista a Mario, pero me inspeccionó más a mi, unas tres veces recorrió con la mirada mi cuerpo.
Finalmente bajó el arma y se acercó.
-Hola, disculpen pero hay que estar preparado para cualquier cosa, mi nombre es James - Dijo el hombre grande.
No habÃa terminado de hablar cuando oÃmos un ruido a nuestra izquierda, esta vez era un graznido extraño y gutural. Me volvà a ver y, a unos diez metros, habia un hombre negro, grande, con los ojos rojos y la camisa manchada de sangre, un loco, un Zombie. Corrimos hacia el otro lado tratando de salir de la carretera. El zombie alcanzó a Mario y le dio un empujón que terminó por empujarme a mà también y ambos caÃmos al suelo. Lo siguiente fue que el loco dio un salto y aterrizó sobre una de las piernas de Mario rompiéndola en dos partes, en el fémur y también la tibia y el peroné.
Mario soltó un alarido. El zombie abrió sus manos y su boca y se preparó para atacar a mi esposo pero antes sonó un ruidoso disparo que encajó justo en la frente del loco y destrozó su cráneo en miles de pequeñas sanguinolentas partes. Mucho de aquello cayó sobre Mario.
El extraño aquel habÃa salvado la vida de mi esposo por poco con un certero disparo, aunque el pobre Mario quedó muy maltrecho con la pierna partida en dos partes. No quiero ni contar el vÃa crucis de dolor que fue llevarlo a rastras por casi 20 kilómetros hasta nuestra casa de campo. Por suerte aquel hombre que nos salvó la vida decidió aceptar la invitación de venir con nosotros. La casa era muy grande, una persona más no serÃa un problema.
Al llegar improvisamos sobre la pierna de Mario, sin saber nada de medicina concluimos que tenÃamos que ajustar su pierna a un punto que pareciera natural y dejarla descansar por un buen tiempo. Lo instalamos en el cuarto principal y le mostré a aquel hombre el cuarto de huéspedes donde se podÃa quedar.
Mario mantenÃa aquella casa siempre con provisiones en caso de cualquier escapada ocasional asà que la comida no fue un problema por un par de semanas. Yo me la pasaba al lado de mi esposo cuidándolo y apenas si determinaba a aquel hombre, además, él era muy cauto y de a ratos imperceptible.
-Señorita, puedo hablar con usted un momento - Me dijo el hombre.
-Sà claro, ¿qué pasa? - RespondÃ.
-Es que empiezo a ver que escasea la comida, ya casi no hay vÃveres en la despensa, creo que es hora de empezar a buscar lo que la naturaleza nos provea-
Me quedé mirándolo, por primera vez noté lo atractivo y varonil que era, lo sexy de aquella barba mal cuidada, sus brazos musculosos y toscos.
-Señorita… ¿me escuchó? - me dijo para sacarme de mi trance.
-SÃ, creo que debemos buscar comida - le dije.
Nos habÃa dicho su nombre cuando nos encontramos en la carretera, pero me tocó preguntarle una vez más. James. Cordialmente se ofreció a salir a buscar comida, venados, ardillas, conejos, pájaros, lo que la naturaleza pudiera proveer, y asà lo hizo un par de veces. Sentà que no era justo que fuera solo, además querÃa aprender cómo hacerlo en caso de que en algún momento todo dependiera de mi. Mario seguÃa postrado y esa pierna no parecÃa mejorar. Al cuarto dÃa le dije, “¡Voy contigo!”.
Primero muerta que sencilla eh! Me puse mi short de Lara Croft como si fuera el atuendo adecuado para salir a matar ciervos durante un apocalipsis zombie. James avanzaba delante de mi, podÃa ver su amplia y sólida espalda, su cabello negro descuidado, su actitud indiferente apesar de que claramente en algun momento dirigÃa su mirada hacia mi abultadito culo. Lo normal en un hombre.
Empezamos a salir todos los dÃas, Mario se quedaba en casa preocupado y James y yo siempre volvÃamos con algo para comer. Pronto se volvió un éxito cada animal muerto y aquello llevó a la camaraderÃa.
Casi un mes después la pierna de Mario no mejoraba mucho y la situación entre James y yo mejoraba bastante, hablábamos de todo, me contaba cómo era su vida antes del desastre y yo con algo de pena le contaba como era mi superflua y tonta perfecta vida. James me empezó a gustar, era rústico pero sensible y fuerte, mucho más fuerte de lo que Mario serÃa jamás. Y yo llevaba un mes sin tirar porque el dolor de la pierna de Mario era tremendo incluso para una erección.
Sin darme cuenta empecé a emocionarme por las salidas a buscar comida en el bosque con James. Una noche soñé con James, soñé que me penetraba a las cuatro con mi traje de gatita. Al despertarme me vi toda mojada, me volvà a ver Mario aun dormido con su pierna hinchada y mi mano simplemente se deslizó dentro de mi ropa interior y empecé a meterme un dedo tratando de conservar mentalmente el recuerdo del sueño reciente. Me vine en un orgasmo delicioso acompañado de un pedo liberador. Me levanté de la cama, me quité la panty y me puse solamente el short y un top. No esperé a que Mario se levantara, salà en busca de James para ir a casar. QuerÃa carne, y no precisamente de animal.
Como siempre, yo iba detrás de él. James sabÃa mucho de exploración, lo único que yo sabÃa de exploración era cuando Mario se ensartaba por el culo. Ese dÃa brillaba el sol y James se veÃa más sexy que nunca. No planeaba nada, de verdad, simplemente algo en mi cabeza dijo “es el puto fin del mundo, que crees que vas a hacer?” y todo se iluminó. Me importó un carajo mi esposo invalido y rebasé a James.
Lo que querÃa era que él diera el primer paso para no sentirme tan puta. Asà que empecé a bambolear mi culito en ese short y esperé que pasara lo mejor. Llegamos a un riachuelo, no habÃa avistamiento de animal comestible alguno. Me arrodillé, hice como si quisiera buscar algo dentro de la pequeña corriente de agua y empiné mi culazo para que James se diera una buena vista de lo que tenÃa enfrente.
Sentà una mano entre mis piernas y me asusté. Me levanté y me alejé. Me di la vuelta y lo miré a los ojos. No era yo tan valiente ni tan perra como pensaba, Mario apareció mil veces en mi mente. No tuve tiempo de reaccionar, James se abalanzó sobre mà y me llevó hasta un árbol. Mi cara golpeó con el tronco y me cortó. De un solo tirón James bajó mi short para ver que no tenÃa nada debajo, yo no querÃa nada, me habÃa equivocado, pero aquello era inevitable.
Una verga inmensa se posó entre mis piernas, escuché un escupitajo y lo siguiente fue una presión que separó mis carnes y se ensartó en mi.
-James no!, suéltame! - le supliqué.
-Lo has estado pidiendo hace mucho y te lo voy a dar - replicó.
-no! Mario! -
Su falo entraba y salÃa de mi. Al principio pensaba en Mario, mi pobre esposo invalido, después de un rato yo no pensaba en él. Ese trozo me estaba dando un placer que no habÃa experimentado nunca, el placer fÃsico y el placer de lo prohibido entraba entre mis blancas nalgas en medio del fin de mundo, mi primera infidelidad, ufff. Cuando estaba a punto de eyacular se salió de mi y derramó una cantidad de esperma gigante en el riachuelo.
-Si le dices algo lo mato - me dijo.
Me asusté ante la amenaza, me vestà y salà corriendo de vuelta a la casa.
Pensé todo el dÃa en contarle a Mario lo que habÃa pasado, como James me habÃa violado, como yo lo habÃa estado buscando, como lo disfruté. No habÃa nada bueno en decirle, no habÃa un buen desenlace. No dije nada. Al dÃa siguiente al levantarme no querÃa ni salir del cuarto.
-Elisa, vamos a buscar comida! - Gritó James.
Mario dormÃa, me puse mi short sin ropa interior, una camisa ligera y salÃ. Al llegar al mismo punto del dÃa anterior James me tomó de nuevo a la fuerza, intenté resistirme a sabiendas de que era infructuoso. En el fondo querÃa que me hiciera suya. Y asà fue durante una semana completa, todos los dÃas James me llamaba para ir a buscar comida, a veces conseguimos comida, a veces no, pero siempre me penetraba en el mismo árbol.
Un dÃa desperté ansiosa por su llamado, deseosa de su verga, babeante por su violencia.
Cuando oà su voz mi vagina se humedeció. Caminamos como siempre unos cinco minutos adentrándonos en el bosque pero esta vez no dejé que me llevara hasta el árbol. Antes de llegar me di media vuelta y me puse de rodillas. Desabroché su pantalón y por primera vez tuve ese pedazo grande frente a mi cara, 21cm al ojo. Abrà la boca y me la metÃ. Empecé a jugar con su glande. Recuerden que yo soy una chica menudita, aquello era un montón para mi.
-hoy me toca a mi papi, hoy te saco la lechita yo a ti - le dije.
-¿No te importa que tu esposo esté postrado en una cama? - respondió.
-Una chica tiene necesidades, sobre todo una zorrita como yo, si ese tonto no puede ni ponerse de pie… pues debo buscar como satisfacerme, ¿no?
Le mamé la verga por un buen rato hasta que eyaculó dentro de mi boca. Una buena carga de leche espesa y amarga que me tragué. La única leche que habÃa probado aparte de la de Mario, y me encantó. No cazamos nada ese dÃa.
En adelante se volvió un juego. Al siguiente dÃa mientras Mario dormÃa tomé un bolso y empaqué la ropa sexy y la diadema de gatita. SÃ, empaqué esa mierda en un apocalipsis, asà soy yo. Salà de la casa con mi ropa normal pero me adelanté. Cuando James me alcanzó ya me habÃa cambiado y llevaba encima solo mi disfraz de gatita, con el butt plug incluido, me puse de rodillas y batÃa el culito para que la colita se moviera.
-Miauuu, esta gatita quiere lechita - le dije sonriendo y salà corriendo.
Al alcanzarme me tumbó sobre un lecho de hojas caÃdas y me tomó en cuarto. La gatita salvaje en el apocalipsis, la perra en mi despertando, Elisa la infiel, la puta, que rico. Ya nada me importaba, ni los zombies, ni mi esposo cojo inservible ni mi vida perfecta, todo se resumÃa a las horas de caza cuando fornicaba con James y después volvÃa a jugar a la esposa juiciosa a cuidar a Mario. Esa maldita pierna nunca sanó.
HabÃan pasado casi dos meses desde que estábamos ahÃ. HabÃamos visto pasar un par de hordas de locos en silencio. La vida era sencilla, estar en casa hablando con Mario, salir todas las mañanas a fornicar con James inventando juegos, un dÃa era una gata, otro dÃa una prostituta, otro dÃa una chica perdida, siempre la misma chica pelirroja, blanquita y perfecta.
Un dÃa me levanté temprano como siempre, Mario estaba despierto como nunca. Me miró.
-Sé lo que haces maldita perra - me dijo y me quedé helada.
-¿De qué hablas? - le pregunté.
-Sé que tiras con James todos los dÃas. No puedo poner en pie y tú aprovechas para comportarte como una puta y serme infiel en el bosque. Te veo salir todos los dÃas sin ropa interior o guardando atuendos en tu bolso para hacer de todo con él. ¿Te da por el culo? ¿eh?! ¡¿Te da por el culo maldita?!
No sabÃa qué decir, asà que solo salà corriendo sola hacia el bosque y reventé a llorar. Me sentÃa terrible, le habÃa sido infiel a mi esposo de la manera más descarada dÃa tras dÃas, y no querÃa dejar de hacerlo.
James no apareció en el bosque ese dÃa, asà que volvà a casa a enfrentar la complicada situación. Para mi sorpresa, al entrar al cuarto me encontré a James sentado en la cama al lado de Mario.
Sé que soy un maldito invalido, no hay mucho que pueda hacer, pero la gran vida que tenÃas te la di yo maldita y no voy a renunciar del todo a ti - Me dijo Mario desabrochándose el pantalón y sacando una verga a medio parar.
Con un movimiento de cabeza me indicó que me acercara a él. Lo hice. Tomó mi cabello y lo jaló para poner mi boca justo sobre su palo.
-¿Mi amor? él está aquà - le dije.
Me miró con cara de odio y empujó mi cabeza contra su falo y me obligó a chupar. Sentà una mano sobre mis nalgas. Esas mismas manos me retiraron de mi esposo y me llevaron a una esquina del cuarto.
-Muéstrame qué es lo que haces en el bosque - me dijo Mario.
Estaba asustada, incómoda, acorralada. James me bajó el pantalón, como siempre andaba sin ropa interior.
-Puta malnacida - dijo Mario.
James se sacó la verga y empezó a penetrarme. Me agarraba del pelo para que viera a los ojos de Mario. Mario se masturbaba. Nunca lo habÃa visto asÃ, con aquella cara de odio, impotencia y a la vez excitación, era otra persona diferente. James me puso de rodillas y me puso a chupársela. Cerré mis ojos.
-Abre los putos ojos y mÃrame maldita - Dijo Mario.
Tuve que mantener mi mirada sobre él durante varios minutos hasta que James eyaculó, por veinteava vez, en mi boca. La rutina cambió entonces. El bosque era para cazar, cuando querÃamos tirar lo hacÃamos en el cuarto frente a Mario.
Un dÃa James salió muy temprano y no volvió sino hasta la noche. Llegó cubierto de sangre y agitado. Seguro se habÃa encontrado con algunos locos y habÃa tenÃa que luchar contra ellos. TraÃa un pesado bolso. Lo dejó en la estancia principal y se fue a tomar una ducha. Mientras yo hablaba con Mario del clima que empezaba a ponerse muy frÃo.
James apareció en nuestro cuarto con una sonrisa y una botella de Jack Daniels en cada mano.
-Miren lo que encontré familia! - dijo. ReÃmos.
-Creo que es una buena ocasión para ver ese traje de gatita eh - me dijo Mario.
Me gustaba eso. Me levanté de la cama, fui al armario y tomé la ropa, salà del cuarto para cambiarme y de paso me llevé una de esas botellas. Entré al baño, me quité la ropa y me vi en el espejo, igual de bella aunque un poco más flaca, me costó reconocerme, una chica siempre glamurosa ahora viviendo las vicisitudes del fin de mundo. Me empiné la botella y bebà un cuarto de ella.
-a los mil demonios, hoy soy la gata más puta de la tierra - dije.
Me puse la ropa sexy, las orejitas, el butt plug y entré al cuarto gateando. Los dos hombres celebraron mi aparición. Como Mario no se podÃa mover mucho llevé a James cerca de él, les saqué las vergas, tomé una con cada mano…
-La gatita hoy quiere lechita - dije.
James le pidió a Mario que tomara bastante. Mi esposo cornudo se empinó casi media botella y pronto estuvo muy ebrio. Aquello funcionó bien porque mitigó el dolor en su maltrecha pierna. James me indicó que me subiera sobre él, lo hice tan cuidadosamente como podÃa hacerlo con aquella embriaguez. Me metà la verga de Mario en el chocho y empecé a moverme cuidadosamente, él comenzó a gemir. Lo siguiente que sentà fue la lengua babosa de James jugar en mi rosado ano. Una vez estuvo lo suficientemente dilatado, el gringo incrustó su palo en mi culo. Si de algo me puedo preciar es de que con Mario habia practicado tanto sexo anal que mi culo recibÃa con amabilidad casi cualquier cosa, me habÃa metido no solo su verga, tambien botellas, pepinos, dildos, mi culito era un libro abierto.
-Look! we are dick friends! - Le dijo borracho a Mario mientras sus vergas se rozaban ocupándose cada una de uno de mis orificios.
-¿Quién es la gatita puta del fin del mundo? - dijo Mario riendo.
-Yo soy la puta del fin mundo mi amor -
Por un par de meses fue asÃ. Cazar, embriagarnos y tirar los tres. No parecÃa tan malo el apocalipsis, a fin de cuentas.
CapÃtulo II
HacÃa mucho frÃo. No habÃa electricidad, tenÃamos que usar muchas cobijas todo el dÃa para mantener el calor. Incluso la tiradera mermó por el clima. Aun asà el sexo era parte de la ecuación. A Mario ya no le molestaba si yo hacÃa algo solo con James y también empecé a atenderlo periódicamente en su lecho. No habÃa mucho que hacer asà que paseaba entre las dos vergas que tenÃa a disposición. Generalmente le hacÃa primero una felación a Mario en las mañanas y después en las tardes me iba al cuarto de James a me penetrara con violencia. Gritaba tan duro como pudiera para que Mario me escuchara, para que supiera que su esposa gozaba con el paquete de otro hombre.
Desde las 4pm ya era noche para nosotros, conseguir comida era difÃcil, estábamos delgados y agotados, comÃamos solo una vez al dÃa. No sé ni qué dÃa era, dejamos de contar los dÃas, pero ya caÃa la noche.
Me recosté junto a Mario, porque siempre dormÃa con él y cerré los ojos, me quedé dormida. Un fuerte golpe me despertó, escuché un disparo, luego pasos, luego se abrió la puerta y otro disparo.
Debido a la lejanÃa de nuestra casa de campo con todo lo demás, la interacción con otra gente o con los locos habÃa sido mÃnima. Pero en el apocalipsis las cosas solo tienden a empeorar. Cada uno de esos dos disparos impactaron en el pecho de mis dos hombres, el primero en James, el segundo en Mario. Yo no recibà un disparo probablemente porque me quedé inmóvil.
Los mataron a los dos. Era una pandilla, 5 hombres, 4 mujeres. Se adueñaron de mi casa, tiraron los cuerpos a la nieve como basura y se establecieron allÃ. Las cuatro mujeres, cinco conmigo, no tenÃan ni voz ni voto, éramos simplemente mercancÃa sexual. Los cinco hombres mandaban.
-Joe, mira lo que tenemos aquÃ, una linda pelirroja! - Dijo uno de ellos.
Joe se asomó y me vio envuelta en mi pijama, un pantaloncito cortito que dejaba ver la mitad de mis nalgas y una blusita corta que transparentaba mis pezones duros por el frÃo. Joe pidió que todos salieran del cuarto, se acercó, puso una pistola en mi cabeza y me obligó a chupársela. Después me hizo ponerme cuatro en la cama y con violencia me penetró en cuatro.
Lágrimas caÃan por mis mejillas, no porque me estuvieran abusando sino porque mi Mario y mi James ya no eran parte de la ecuación. Me sentÃa sola, desamparada. Joe, el lÃder de aquella banda, tomó mi cuarto y a mi como su concubina. No me dejaba salir de allÃ.
-Preciosa, ¿a qué te dedicabas antes de todo esto?- me preguntó.
-Trabajaba en publicidad - le dije con mucha resignación.
-Eres muy bonita, hemos tenido mucha suerte en dar contigo, yo te protegeré -
Las otras cuatro mujeres eran Linda, Tania, Rose y Melany. Linda era una señora de unos 50 años. Las demás eran jóvenes como de mi edad, Tania era una bomba latina, grandota, Rose y Melany eran un par de gringas patisecas sin mucha gracia pero con un coño. Siempre tenÃan una cara de resignación bastante radical, estaban bajo el control de aquellos hombres. La primera noche cuando llegaron encontraron algunas botellas de alcohol de las que habÃa traÃdo James. Fue como encontrar oro.
Se embriagaron y nos hicieron desnudar a todas a pesar del inclemente frÃo. Siempre habÃa uno en una esquina con arma cargada, el resto nos tomaban como sus putas. Como yo era la nueva mucha atención cayó sobre mi. Mis algún dia abundantes nalgas ya no eran tan grandes por la desnutrición, pero aún asà estaba mucho mejor que las demás, excepto Tania que me daba la pelea.
Uno de ellos se sentó en un sillón y me pidió que me subiera sobre él. Una verga larga pero delgada se incrustó en mi coño. Otro se acercó por detrás y tras escupir sobre mi ano me incrustó la verga en el culo. Otro puso un falo venoso frente a mi cara y me obligó a chupársela. Asà me tuvieron por horas turnandose.
Seré sincera, aquel dÃa aquello no me gustó, esos hombres habÃan matado a sangre frÃa a mi esposo y a mi querido amante. Pero saben, terminé acostumbrándome, afuera no habÃa nada, solo caos, adentro habÃa un grupo de hombres que me conseguÃan comida y me cuidaban. Pronto encontré un favorito, Dan. Un tipo aseado y callado que siempre que me ultrajaba se movÃa de manera deliciosa, me solÃa chupar el coño y el culo por largos minutos antes de penetrarme y eso me gustaba. Me convertà en la puta de Dan.
En mi cabaña no habÃa electricidad y tuvimos que pasar el invierno en medio de un frÃo inclemente. Nos calentábamos con alcohol, habÃan encontrado un lugar con un stock de alcohol inmenso, estábamos borrachos todo el dÃa. Era la inmundicia, la perdición, el fin del mundo. Mi hermoso culito blanco ahora era un rojizo hueco por la falta de comida y el exceso de verga. En cualquier instante uno de ellos se acercaba a tomarme y, aunque Dan era mi hombre favorito, las reglas eran que las mujeres eran de todos.
Pasó el invierno y llegó la primavera, pude volver a vestir mis shorts, a todos les encantaba y tomé mucho protagonismo, eso no le gustaba mucho a las otras chicas. Poder salir de la casa nos sirvió de mucho. Empecé a hablar mucho más con los hombres y se creó cierto vÃnculo. Aquello hizo que el abuso indiscriminado cesara y se convirtiera más en un gusto compartido. Como conocÃa la zona les pude enseñar donde era bueno cazar y donde no.
Un dÃa soleado matamos un gran venado. Los hombres decidieron destapar algunas botellas de whisky para celebrar. Dan se tomó un trago, se sentó en un sillón y me pidió que se la chupara. Elevé mi culito dentro del pequeño short, desabroché el pantalón de Dan y abrà mi boca para devorar ese pene.
Estaba en medio de la situación cuando sentà un fuerte disparo cerca de mi cabeza. El disparo habÃa impactado a Dan regando un chorro absurdo de sangre sobre mi. Después, otros cuatro disparos. Linda, en una desatención de los hombres se habÃa hecho con un arma y habÃa ajusticiado a cada uno de ellos. Al terminar su venganza se acercó a mÃ.
-Perra regalada, ahora tú nos vas a servir - dijo.
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